Richelieu encuentra Francia en presa a la anarquía y sin influencia en Europa.
Promete al rey: 1° de bajar el orgullo del grandes; 2° de ruina el partido calviniste; 3° de dar a Francia la primer fila en Europa.
Va a mantener sus tres promesas, gracias a su ingeniería, a su firmeza, a su ascendiente sobre el rey.
Con él Francia vuelve a entrar en su verdadera vía.
La lucha contra los grandes es larga y encarnizada; antes de la sede de la Pequeña roca, Richelieu garantiza a su autoridad en el consejo, vuelve al poder una actitud enérgica contra los descontentos y contra los rebeldes, y castiga difícilmente la desobediencia y la rebelión.
Después de la sede de la Pequeña roca, aplasta a sus enemigos al tribunal, triunfa finalmente en el espíritu del rey sobre la reina-madre al día de los Santos Inocentes (1630), y rompe la resistencia del Parlamento.
En 1632 resiste victoriosamente a la rebelión de Gaston de Montmorency, que sostienen los enemigos de Francia.
Aprovecha de su victoria: dentro, para hacer recoger en el deber los gobernadores de las provincias; exteriormente, para hacer la guerra a Austria.
Antes de morir, triunfa aún de dos últimas rebeliones, la del conde de Soissons (1641) y la de Cinco-Marzo (1642).
Seguramente su justicia está sin piedad, pero es a este precio que supera a los rebeldes.
Al mismo tiempo que frustra las conspiraciones, Richelieu consolida el poder real por importantes reformas.
Fuerza a los señores a destruir sus fuertes castillos, y a ajustarse a los edictos del rey, por ejemplo al edicto contra el duelo.
Vuelve al ejército más monárquico, suprimiendo las cargas connét y de gran almirante, a menudo peligrosas para los derechos; rodea al rey de agentes sacrificados, consejeros de Estado y Secretarios de Estado, clases de Ministros; en las provincias, confía toda la administración civil Intendentes de justicia, policía y finanzas, enteramente sacrificados a los derechos.
No amenaza a la autoridad del rey ya.