El vizconde de Limoges que encuentra un grande tesoro en el castillo de Chalus, su soberano Ricardo Corazón de León él lo reclamó, y para él arrancar, él mismo vino a asediar a Chalus; pero, en el momento en que ponía pie en tierra, se alcanzó al hombro de una característica lanzada por una ballesta, y se murió al cabo de algunos días, después de haber pedido a sus soldados ahorrar su fatal (1199).

Enrique II había tenido cuatro hilos: Henri, Richard, Geoffroy y Jean sin Tierra.

Cuando Richard se murió, dos aspirantes se encontraron en presencia, Jean sin Tierra, y Arthur de Bretaña, hilos de Geoffroy.

Arthur tenía el derecho para él, y estuvo respaldado por Philippe Auguste, pero cayó entre las manos de su tío Jean, que lo llevó en una barca, lo apuñaló y lanzó su cuerpo en el Sena (1203).

El castillo Airoso, que barría el valle del Sena, cerca del Andelys, se daba por inexpugnable.

Pero los franceses colman una zanja, y minando la base de una vuelta al refugio de sus escudos, la invierten y se lanzan al asalto de un segundo recinto; varias veces rechazados, hay por una ventana de la capilla, y fuerza finalmente asediados a capitularlos en el torreón (Octubre 1203).

Philippe vino a a continuación poner la sede delante Ruán.

La ciudad, defendida por una doble defensa y por tres zanjas, no podía retirarse de fuerza; pero se redujo al hambre que debe capitularse en el mes de junio de 1204: cortó sus murallas y afeitó su ciudadela.

Se reconquistaba Normandía.

Los caballeros, sobre todo los del Mediodía, no eran más hombres ignorantes y gruesos como al décimo siglo: para gustar los grandes golpes de espada, no probaban menos lo bonitos hacia; los poetas caballerescos, llamados trouvères en el Norte, trovadores en el Mediodía, celebraban sobre todo el heroísmo y la piedad del belicoso, la belleza y la virtud de los châtelaines, en romanzas y en canciones, en sátiras, en cuentos populares franceses y sobre todo en poemas épicos llamados cantares de gesta.

Potentes señores y reyes como Ricardo Corazón de León no despreciaron de suministrarse a la poesía.

A menudo dos trovadores contribuían delante de una elegante asamblea, y las damas les servían de árbitros.