Se consagró a Luis II sucedió a su padre Charles el Calvo, y en Compiègne por el arzobispo de Reims Hinemar, que poseía una gran influencia.

El nuevo rey intentó reconciliarse el grandes por generosidades, pero so'lo consigue humillarse; su bégaiement lo volvía ridículo.

Eudes se mostró digno de su padre Robert el muy, hizo a los Normandos una terrible guerra; se habló más que de sus victorias, crecidas aún por la imaginación popular.

Así el poeta Abbon dice que a Montfaucon en Argonne, Eudes, con mil de belicosos solamente, supió a diecinueve mil de Normandos, pasó la mitad al compás de la espada, y mató a su jefe en combate singular.

Esta leyenda mismo reloj qué servicios volvían hombres como Eudes, y cuánto el pueblo les estaba agradecido.

Los Normandos, después de haber tomado Ruán, remontaron el Sena con sus siete ciento barcas y parecieron delante de París el 25 de noviembre de 885: se esperaban a entrar en la ciudad sin golpe férir, pero el conde de París Eudes, hijos de Robert el muy, y el audaz obispo Gozlin habían reparado las murallas, barrido el Sena y habían reunido en torno ellos a la gente de corazón; todos los asaltos fallaron: el Parisienses, que hacían buen guardia sobre las defensas, lanzaban piedras enormes sobre los grupos de Normandos, e inundaban los que se acercaban a aceite exuberante y plomo fundido.

Finalmente el obispo y el conde con algún valiente hacían salidas que lanzaban el desorden entre los asaltadores; Eudes, lanzándose al galope de su caballo, se vaciaba por todas partes un camino; el obispo recibió un golpe de jabalina y sucumbió al cansancio.

París, asediada desde hace once meses, se defendía con vigor, pero sufría cruelmente del hambre; por eso la alegría fue grande cuando se percibieron sobre el otero Montmartre los cascos que destellan del ejército imperial: era Charles el Grande que se decidía finalmente ayudar al Parisienses (octubre 886).

Los Normandos, que habían establecido su campo a Santo-Germano el De Auxerre, se replegaron sobre la orilla izquierda a Santo-Germano de los Prados: parecían perdidos, y los Parisienses se preparaban a fundirse en ellos, cuando él aprendido con estupor que Charles el Grande acababa de hacer vergonzosamente la paz, y de pagar 800 libros a los Normandos para comprar su salida.

A partir este día de Charles excitó el menosprecio, y París la admiración de todos.

El contraste era grande entre el heroísmo de esta ciudad y la cobardía de este emperador.

Los señores feudales, que abusarán más tarde de su poder, comienzan por ser los guardias del pueblo contra los tunantes y contra los invasores; todo el país se eriza de fortalezas, para para estar en condiciones de defenderse: cada señor elige en su feudo una colina inaccesible sobre el borde de un estanque o de un barranco; hay murallas masivas, hay vueltas enormes, hay subterráneos inmensos; los campesinos encontrarán allí un refugio para ellos y para sus manadas.

En cuanto se indica un peligro, los pobres se refugian al castillo y se apilan; el u'ltimo peligro, cada uno da la vuelta a su choza.

El castillo, es el hola, y el châtelain el ahorrador.